Debo confesar que parece un título para hacer de carnada y luego destruir a Zara y a todas las marcas de moda rápida con ironías y datos aterradores. Sin embargo, no es así y en particular uno de sus productos más "polémicos" de la temporada que esta por terminar me hizo replantarme mi forma de hacer ropa y las posibilidades que tenía delante para realizar mis propósitos de sostenibilidad.
La moda convive con el constante problema de no poder desmaterializarse 100%, si bien han surgido experiencias digitales que permiten performar en ambientes virtuales, la vida análoga y tangible aún sigue mediada por esos mismos cuerpos tangibles que necesitan ser vestidos para presentarse en sociedad. De ahí que el uso de recursos naturales en la industria vea pocas posibilidades de reducirse de manera inmediata y eficiente. Sumado a lo tangible, la moda además es temporal, cambia y se adapta a los espíritus de momento y por tanto la obsolescencia material es otro de sus grandes talones de Aquiles y más cuando en los modelos actuales, dominados precisamente por el de moda rápida, esta obsolescencia es cada vez más vertiginosa y el deseo de novedad es el rector del las dinámicas de consumo.
Para estas problemáticas de lo material, sumadas a muchas otras, la sostenibilidad ha venido a proponer estrategias para solventarlas y plantarle cara a estos sistemas de creación de basura a costa de, entre otras cosas, la destrucción del entorno. Entre las propuestas existentes la circularidad de los sistemas es la más relevante y por la cual se han hecho las mayores apuestas ya que determina que si logramos crear un ciclo virtuoso podremos abastecernos de materiales infinitamente (y por tanto nuestros estilos de vida no tendrán que alterarse demasiado). Dentro de la circularidad entonces, se plantean estrategias para hacer esto posible como el reciclaje, el suprareciclaje, acciones como reusar, reparar, mantener y remanufacturar entre otros. Sin embargo, para que esto sea posible es necesario empezar por rediseñar los sistemas de construcción de los objetos (de moda) para que dichas acciones se puedan llevar a cabo, siendo una de las opciones diseñar para la modularidad, es decir, crear módulos de ensamblaje que puedan ser fácilmente desmontados para reemplazar lo que no sirve o para facilitar su posterior reciclaje o remanufacturación.
Si bien son conceptos acertados, son mucho menos fáciles de realizar que de teorizar sobre todo en un campo de acción como la moda y las características que implica la arquitectura y la mecánica de una prenda, pues su principal característica será estar en movimiento sobre un cuerpo. De ahí, que la modularidad y el desensamblaje puedan correr en contra de las calidades en el performance de una prenda y promover su desuso antes de tiempo. Por otro lado, la extrema funcionalización a la que apela la sostenibilidad descarta contundentemente las necesidades estéticas, restándoles importancia y por tanto creando productos que si bien responden a las teorías no tienen resonancia en los públicos al no satisfacer sus necesidades estéticas y ser problemáticos en su funcionalidad y aquí me pregunto ¿desensamblaje para quién?.
Ante esta disyuntiva siempre será aparentemente necesario tomar una posición entre la sostenibilidad hiperfuncional en la mayoría de los casos y la moda de consumo altamente apetecible desde las apariencias que promueve. Pero aunque parezca imposible ambos caminos cada vez son más convergentes y en sus esfuerzos por sobrevivir y demostrar que el otro no es viable proporcionando las respuestas del vestir, han creado intersecciones cada vez con más frecuencia desde lugares estéticos.
Una de esas intersecciones es esta prenda que fue lanzada por Zara para el otoño 20/21 y la cual podía ser entendida desde el absurdo de proponer una prenda de invierno que reducida a su mínima expresión no fuera capaz de ejercer su función de proteger del frio de invierno. Si bien la propuesta puede venir de generar prendas polémicas, instagrameables y si cabe el término inclusive conceptuales, al deconstruir un saco hasta su mínimo reconocible sin que pierda del todo su representación como imagen y donde ciertamente el poder hacer una prenda a bajos costos y sin gastar muchos recursos da cuenta de esos puntos de contacto entre la moda rápida y la moda sostenible. Para dar un ejemplo más preciso, esta prenda no en vano es de punto, donde el uso de la fibra produce menos desperdicio, se puede destejer con facilidad (si se quisiera) y permite volúmenes más orgánicos que si fuera una construcción con tejido plano.
Si analizamos esta prenda desde la sostenibilidad y desde el principio de la modularidad entonces encontramos una pieza magistral que responde a poder vestirnos de manera aditiva desde los módulos básicos que componen las prendas, mangas, corpiños, cuellos, puños... y desde ahí poder combinarlos de diferentes maneras que se ajusten a las necesidades de la época, a los deseos estéticos, a la capacidad de generar novedad desde los mismos módulos, a la velocidad de respuesta, a poder generar entretenimiento desde el vestir y a repensar como nos hemos vestido durante los últimos siglos. Este es entonces un punto de partida no para la desmaterialización formal de la moda pero si de la deconstrucción de nuestras percepciones de las prendas y las acciones necesarias para vestir nuestros cuerpos.
La modularidad siempre ha estado presente en la moda y viene de lugares significativamente sostenibles como el cuidado de los materiales textiles que eran escasos y costosos, la imposibilidad de lavarlos constantemente o la adaptación a los cuerpos fluctuantes. Dichas estrategias son evidentes en los vestidos de la burguesía y las cortes tanto en hombres como en mujeres al igual que en los de las clases trabajadoras las cuales usaban estas y seguramente también muchas otras maneras de adaptar módulos en sus vestidos para poder alargar la vida de sus prendas dando por hecho que este entendimiento del vestir y el usar era un tema que sobrepasaba la construcción de clases (pero esto es harina de otro costal).
Como mencionaba antes, debido a la escasez material, los precios de las telas y la preciosidad de las mismas, sumado a los rústicos procesos de lavado y lo elaboradas de las prendas, se intentaba hacer partes desprendibles que pudieran reemplazarse sin tener que cambiar la prenda completa. Se identificaron asi puntos de contacto los cuales serian los que se intercambiarían principalmente cuellos, y puños; elementos funcionales, como los bolsillos y otros estéticos nuevamente como los cuellos.
Los ejemplos los podemos encontrar en la historia: Los bolsillos en los trajes femeninos desde el siglo XIV son accesorios que no dependen de la prenda misma sino que son independientes y muchas veces están escondidos por lo que es necesario inventar sistemas de ajuste y de acceso en los diferentes faldones o batas para poder usar dichos bolsillos. O elementos como los cuellos sobrepuestos que sobrevivieron hasta muy entrados los 90 pues eran detalles de riqueza textil y alta laboriosidad que también se guardaban como recuerdo. Yo aún conservo unos cuellos que usaba cuando niña.
Sin embargo, dichas acciones de modular prendas, de desensamblarlas para generar valores funcionales se pueden encontrar más allá del vestido cotidiano y otro lugar común ha sido en gran medida desde la construcción de lo militar y su necesidad de servir en entornos hostiles, con pocas facilidades y muchas necesidades, por lo que vemos elementos como cremalleras, velcros, parches, múltiples bolsillos, ganchos y riatas que ajustan y ensamblan adiciones, complementos para asegurar la supervivencia al poder tener todo encima, es decir ser autosuficientes con lo que puede llevar el cuerpo, o de lo que puede deshacerse. Desde aquí planteo una hipótesis y es que la fijación desde la moda sostenible hacia estas soluciones militares responde a ese proyecto de indumentaria castrense, por un lado por su espíritu moderno, tecnificado y escalable y por otro porque se remite directamente a ese estado de emergencia que plantea también la sostenibilidad. Consciente o inconscientemente desarrollamos soluciones para estar en "pie de guerra" y muy pocas veces para vivir el día a día.
Por último y sin ser menos importante, sino por el contrario increíblemente urgente revisar, todas estas propuestas de lo modular se gestan de manera constante e impredecible, por lo que resultan más provocativas, principalmente dentro de lo popular. Respondiendo si a unas necesidades funcionales, QUE ADEMÁS PUEDEN PERCIBIRSE COMO ENGAÑO o como simples mercaderías pero que muestran su potencialidad al "diseñar" unas respuestas que sean atractivas dentro de los dolores cotidianos del vestir y por tanto sean comercializables o al menos memorables dentro de los imaginarios de las masas. Para darles un ejemplo de como estas invenciones nos rodean pero muchas veces desestimamos están los cubreescotes que se ajustan a los brasieres aparentando tener una camiseta por debajo, una adaptación del vestirse en capas sin que las capas existan realmente y se construyan sólo sus representaciones.
Después de navegar estos diversos escenarios históricos y contemporáneos vemos como estos universos colapsan y de manera esporádica van surgiendo elementos concebidos dentro de la moda que responden a lo modular más como accesorios u objetos del deseo editorial que como respuestas a problemas de la sostenibilidad pero que combinan lo prostético de lo popular, lo funcional de lo militar y el allure de la alta moda por tanto haciendo evidente que muchas respuestas ya las tenemos solamente necesitamos reconsiderar la posición desde donde las miramos y los juicios que realizamos sobre ellas.
Por eso la próxima vez que entremos a una tienda de moda rápida, lo cual realmente les animo a hacer, dejemos en la puerta los prejuicios y las superioridades morales para poder hacer reflexiones que nos ayuden a resolver nuestras propias prácticas.
Con esto no propongo olvidarnos de lo dañino a todos los niveles que ha sido el crecimiento exponencial de las industrias incluida la moda ni de simplificar las problemáticas estructurales del crear ropa (y otros bienes) sin replantearnos nuestros modos de vida. Lo que les propongo es encontrar en los lugares aparentemente vacuos propuestas que nos permitan navegar la inmensidad de la moda y de la sostenibilidad. Muchas veces en los problemas están las mejores soluciones.
Y es que gracias a esa visita a Zara en medio del frenesí de la navidad descubrí una prenda que me sirvió de entrada a rastrear la modularidad y a proyectar una manera de hacerlo desde lish donde pretendo generar una respuesta practica y estética que se derive de los elementos fundacionales y constitutivos de las prendas ensambladas sobre “lienzos” básicos que permitan la fantasía de la novedad, del intercambio y de la tendencia desde el pensamiento modular y ensamblable de los predicados de la sostenibilidad.
Entre las problematizaciones de este proyecto que pronto conocerán esta determinar cuales son esos módulos, cual es el objeto mínimo sin que pierda asociación, que tanto puede ayudar a combatir el problema de las tallas, como lograr las uniones sin recurrir a las maneras tradicionales, que tan visible tiene que ser esta modularidad, como hacerlo deseable y usable y así probar si esta es una solución o sólo una ilusión.
Si les interesa este tema les dejo un artículo interesante.
Una anotación al pie: cómo he mencionado antes me gusta el lenguaje, creo que cada idioma tiene palabras exquisitas para construir sus mundos y por eso ( y gracias a un hilo de twitter) voy a hacer todo mi esfuerzo para usar el español en toda su grandeza y así poder contar la sostenibilidad en español realmente.
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